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VOLCANA: PARTE I

EL NACIMIENTO DE LA PARICUTINA Y “LOS VOLCANES SAGRADOS”


En Parangaricutirimícuaro, Michoacán el 20 de febrero de 1943, nace el volcán que fue bautizado con el nombre de Paricutín, ahora es el volcán mas joven y pequeño de México, el único que ha sido documentado desde su origen hasta su erupción final.


Tiempo después nací yo en una noche fría en tierras tlaxcaltecas un 20 de febrero de 1991; será destino o apropiación, pero me gusta pensar por el  lado más idealista y creer la historia de que soy una Paricutina, una mujer renacida en un cuerpo volcánico. Parece que este renacimiento, tal cuenta la leyenda nahua en que el destino de cada individuo esta estipulado a según donde fue enterrado su ombligo y cuando crece sale a buscar su destino.  Al parecer el mío fue enterrado en la falda de un volcán mexicano.


Pero que son estas montañas tan magnificas, incomprendidas, que se asoman sobre todos los territorios. Venerados por sus silencios y sus regalos naturales, una relación con lo sagrado y lo terrenal. Como lo describe Julio Glockner en su libro “Los volcanes sagrados” donde nos cuenta distintas historias fantásticas de los tiemperos o graniceros quienes reciben los sueños y mensajes de los volcanes, las ceremonias que han pasado por cientos de años desde tiempos pre coloniales, como han tenido estas celebraciones una sincretización con la llegada del Dios del viejo mundo, hasta el testimonio que dejaron las cartas y diarios de los españoles que llegaron en la conquista al convivir con los ritos y la cosmovisión volcánica.


Tal libro hizo proyectar en mí tantas imágenes, hasta hacerlas parte de mi realidad como Paricutina para encontrarme como Volcana.  Inmersa en esta serie que describe el sentir de ser mujer y su ritual femenino de retratarse para reconocerse en un sentido onírico.


Abro esta colección con “Prometea” a quien le dedico los siguientes versos:


Mujer Prometea,

caminas con tu cuerpo de barro,

prendida en fuego estrambótico,

que brota del cráter de tu ombligo.

 

Mujer,

que desde que te miraste a los ojos,

tu llama insaciable brilló de entre los astros terrenales,

pues recibiste el fuego sagrado,

del útero profundo de nuestra inmensa tierra,

para renacer en el baile de una canción volcánica.






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